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Category: Artículos

Porqué el método Konmari no es para todos (y no pasa nada)

Hace unos pocos días, durante un bien merecido descanso para el café de turno, una compañera de trabajo me preguntó emocionada si había oído hablar de Marie Kondo. Lo cierto es que ya sabía de su existencia, pero de no haber sido así todo Twitter se habría encargado de ponerme al corriente, tales son las filias y fobias que el programa ha despertado.

El 1 de enero, con el estómago lleno de cava y chocolate Corné Port-Royal que la familia nos había traído de Bruselas, asistí al estreno de ¡A ordernar con Marie Kondo! Debo admitir que aunque en términos generales era vagamente consciente de la filosofía expuesta en sus libros, no estaba enterada de la complejidad del proceso en sí mismo, que Netflix adereza con la esperada dosis de dramatismo televisivo.

Mi compañera, según me dijo, se ha revelado como toda una conversa del método Konmari, y espera con entusiasmo poder evangelizar a la mayor cantidad posible de gente desordenada. “Tenemos demasiadas cosas –observó−, ¡así nadie puede ser feliz!” Y aunque no pude si no estar de acuerdo con la primera premisa, la segunda sembró en mi mente la sombra de una profunda duda.

Aproximadamente hace cosa de un año, paseaba con mi hermana por Tokio admirando los escaparates exquisitamente diseñados de Omotesandō, las tiendas de segunda mano que pueblan los estrechos callejones de Harajuku, las interminables pop up stores de Shibuya; en cierto punto nos sentamos en un pequeño café y le pregunté conmocionada y fascinada a partes iguales por la escandalosa cantidad de saldos que habíamos visto. Indagué (con esa candidez de los niños y los ignorantes) sobre las tiendecitas de bolsos de diseño que se amontonaban a la salida de algunas estaciones de metro céntricas y cuyos precios, creía yo, podían sólo corresponder a unas copias fantásticamente logradas. Recuerdo que me sonrió para luego explicarme con paciencia que, en realidad, tanto los bolsos de Louis Vuitton como los vestidos de Anna Sui que colgaban desangelados de aquellas perchas eran tan auténticos como mi ansia desmedida por el sushi local.

“Imagina –me dijo− una sociedad en la que el espacio es cada vez más escaso pero la necesidad de demostrar tu estatus social más grande. Deben verte siempre impecablemente vestido, pero no con lo mismo muy a menudo. Imagina además que el valor de una inversión desciende en cuanto sale de la tienda y que cualquier defecto por el uso lo elimina por completo. Imagina que en tu casa de 30 metros cuadrados las cosas se acumulan, y debes deshacerte de ellas para hacer espacio a otras nuevas. No hace falta imaginarlo, porque no es una distopía futurista. Es aquí y ahora.”

Esta respuesta me sorprendió por parecer completamente contraria a la idiosincrasia nipona clásica, presente en conceptos como el Kintsugi. Dicha técnica japonesa consistía en rellenar las grietas de una pieza de cerámica con oro, plata o platino espolvoreados sobre un barniz. La filosofía tras este gesto radicaba en embellecer las imperfecciones del objeto en lugar de eliminarlas, otorgando valor a su historia. Al pasar a rechazar la imperfección de sus pertenencias, la sociedad japonesa parece darle la espalda a la tradición, cerrar las puertas a su pasado para abrazar la ola occidental.

En mi opinión, este ciclo de consumo se ha desvelado como el último escalón del capitalismo más salvaje. El minimalismo, por tanto, parece el antídoto natural. En la filosofía de Marie Kondo no hay, sin embargo, tanto un planteamiento de resistencia social como de reformulación espiritual: el concepto del desapego emocional, de dejar ir, profundamente arraigado en la idiosincrasia budista.

A priori todo ello parece una reacción natural de defensa, similar a la tos que nos provoca una alergia. Acumulamos demasiadas cosas. Nos provoca angustia. Nos deshacemos de ellas. Simple e higiénico. Pero esta idea parte de una premisa un tanto reduccionista, el concepto de que nuestras pertenencias se adquieren siempre de manera descorazonada y que por esta falta de alma el poseedor se transforma automáticamente en poseído. No puedo defender la inexistencia de este fenómeno. De hecho, ni siquiera puedo decir que se trate de una anomalía. Pero como abogada de las causas perdidas, en conciencia, no puedo tampoco estar completamente de acuerdo (señores del jurado, pónganse cómodos, vamos a estar aquí un rato).

El error de suponer que, como sostiene Marie Kondo, tener menos nos hace más felices parte principalmente de dos ideas: que compramos por presión social o sistémica y que por tanto estos objetos no pueden hacernos felices. ¡Tiene usted demasiados tupper, levante las manos y aguarde a que llegue la policía del minimalismo! Pero ¿qué pasa si se rompen estas normas?

Como casi todo el mundo, a lo largo de mi vida he conocido a apasionados de los discos, los libros, la moda. Personas para las que conseguir esa rara edición ilustrada o ese viejo vinilo constituye un acto de liturgia. Estas personas, desde luego, no compran los objetos por mero hastío existencial, sino que priorizan su adquisición a fin de integrarlos en sus colecciones personales. A pesar de ello, probablemente Marie Kondo se horrorizaría al saber que un amigo de la universidad guarda en un álbum las etiquetas de cierto champán junto a los billetes de avión de las ciudades en que había brindado con sus amantes, sus hermanos y sus amigos. Algunos lo llamarían fetichismo. Otros, nostalgia.

La imagino entrando en el Louvre con los brazos en jarras, sonriendo un poco para después decir con tono acusador: “Aquí hay demasiados cuadros, ¡así nadie puede ser feliz! Sólo treinta pinturas, por favor.” A continuación, con bastante seguridad, procedería a descolgar la Mona Lisa con alegría y arrojarla al contenedor de los desperdicios.

Durante mis muchos años de nomadismo con la casa siempre a cuestas, aprendí a priorizar la cantidad de cubiertos o de libros impresos que uno puede llevar consigo. Tengo tanta práctica guardando mis pertenencias en cajas de cartón que podría patentar mi propio método y cobrar a Netflix por hacer otro programa con él. Sin embargo, sigo visitando sin remordimientos los anticuarios de las ciudades que visito, los sótanos polvorientos de segunda mano y las tiendas de temática vintage. Y cada uno de los objetos que rescato, lo confieso sin rubor, me hace completamente feliz.

Si mañana la buena de Kondo viniese a mi casa se llevaría un buen disgusto, eso os lo puedo asegurar. No por el desorden − ya que todo se mantiene organizado con más cariño que pulcritud − sino por el completo fracaso de su filosofía simplificadora (que más bien roza lo simplón). Al decirme que escoja cuál de los 40 vestidos que descansan en el armario me hace feliz, tendría que encogerme de hombros y decirle que de hecho, cada uno lo hace a su manera. Al fisgonear en el armario de la porcelana, tendría que contarle cómo en aquel primer viaje por Europa era aún muy pobre para comprar el cristal bohemio que quería y como sucesivos viajes a Budapest han ido compensando aquella primera decepción a base de pequeñas tazas talladas a principios del siglo XX.

Si hoy me encontrase con ella, la invitaría a beber té en una de esas tazas, nos sentaríamos descalzas en la terraza y le explicaría con cariño que en ocasiones los objetos no son solamente eso, sino recuerdos del viaje que iniciamos al dejar simplemente de existir y empezar a transformarnos en las personas que llegaremos a ser.


January 14, 2019January 21, 2019

Allegra Caro5 Comments

Sexo en Nueva York: lecciones que desaprender en su 20 aniversario

¿Sabes esa sensación de vértigo en el estómago, seguida de palpitaciones y sudor frío que experimentas cuando algo desagradable te coge por sorpresa? Pues leyendo el otro día este artículo de Vogue, tuve uno de esos ataques repentinamente: al parecer (¡horror de horrores!) han pasado ya veinte años desde el estreno de Sexo en Nueva York.

Tras recuperarme del susto inicial —cosa que me llevó algo más de media hora y una dosis de helado que jamás admitiré públicamente— tuve que aceptar lo inevitable; puede que en 1998 aún llevase coletas, pero la mujer del espejo tiene ahora alguna línea de expresión y, como prometía Gardel, veinte años no son nada.

La verdad es que echando la vista atrás (y tras un número algo embarazoso de re-visionados) se impone el admitir que Sexo en Nueva York ha envejecido un poco peor que yo, y desastrosamente en comparación con la propia Sarah Jessica Parker. Y si bien sigue siendo una historia hilarante en la que deleitarse una tarde de pereza cualquiera, algunas de las lecciones vitales que a finales de los años 90 resultaban modernas e incluso reveladoras, se han quedado algo anticuadas y desprenden incluso un sutil aroma rancio, como a vestidor mal aireado. Quizás el tiempo transcurrido tenga algo que ver, o quizás sea sólo el propio acto de madurar y ver las cosas desde una perspectiva algo más cínica. Sea como fuere, las aventuras de Carrie Bradshaw y las otras sospechosas habituales se me antojan ahora un poco menos espontáneas, menos libres de prejuicios y clichés de lo que yo las recordaba.

A diferencia de la fantástica Julia Felsenthal en su artículo de Vogue, yo nunca quise parecerme a la amiga Carrie. No porque no la considerase glamurosa o absurdamente sofisticada, sino porque sus niveles de auto-sabotaje emocional me inspiraban el más paralizante de los terrores. Tuve tiempo, desde luego, de cometer mis propios deslices y sucumbir a una o dos liaisons que me pasaron factura en su debido momento, pero salí de ellas razonablemente indemne y decidida a evitar a toda costa a los Mr. Big que pueblan el mundo. Y esto me lleva a la primera de todas las lecciones que en mi opinión deberíamos desaprender de S.N.Y.

El amor todo lo conquista

Esta idea tan bonita, tan edulcorada, recubierta de purpurina y horas del perfecto metraje de Hollywood, tiene su encarnación más despiadada en la malsana relación entre Carrie y su sofisticado ejecutivo. Salen, rompen, engañan a la inocente esposa (a la que deshumanizan basándose en la cruel noción de que, después de todo, sólo es una modelo) para volver a cortar y terminar juntos en un ridículo final parisense. Como si esta historia de dolor y humillación no fuese suficientemente perturbadora, asistimos al repetido proceso de auto-vejación que la buena de Charlotte York se inflige en la búsqueda del perfecto príncipe republicano. Al menos para Charlotte la historia termina bien: el abogado con el que se casa carece de modales o esa cuenta bancaria soñada, pero la trata como a un ser humano. A fin de cuentas, es más de lo que la frecuentemente envidiada Carrie consigue.

Desde luego que las demás secuaces de esta glamurosa pandilla no se quedan atrás, pero por lo menos parecen algo más dueñas de sí mismas. Se podría decir que las repetidas aventuras sexuales en las que se ven envueltas las convierten en mujeres liberadas de prejuicios, hasta que una se da cuenta de que no lo están tanto…

Esa cosita llamada Bifobia

Sorprende que habiendo sido concebida por Darren Star, frecuente portavoz ficcional de la comunidad gay, encontremos sesgos claramente bifóbicos en esta serie. Aquel episodio en el que Alanis Morrissette besaba a Carrie podría haber sido uno de los más memorables, pero se quedó en una declaración de prejuicios en toda regla. ¿Hay algo más apolillado que definir con frívolo desdén una orientación sexual como una fase pasajera? La falta de diversidad resulta, como mínimo, sospechosa; y no hablo sólo del sexo.

La inexistente cuestión del multiculturalismo

Y a esto quería llegar: hablando de prejuicios incomprensibles, ¿soy la única persona a la que le parece raro que en una serie ambientada en Nueva York (cuna indiscutible del multiculturalismo) todos los personajes protagonistas sean blancos? En concreto y muy a pesar de mi agrado hacia nuestro girl squad, no puedo dejar de preguntarme por qué todos sus miembros son mujeres caucásicas. ¿Es que las mujeres asiáticas o hispanas de Manhattan no merecen ser representadas? ¿O hay algo intrínsecamente clasista en no retratar a una mujer racializada comprando en Manolo Blahnik?

Me gustaría poder decir que en 2018 las cosas son muy distintas, pero basta con echar un vistazo a otras series del estilo (evoquemos Girls, por ejemplo) para percatarnos de que ciertos prejuicios son tan difíciles de eliminar como una mancha de Merlotte de tu vestido favorito.

El síndrome de Peter Pan

No menos pegajosa es la frecuente infantilización de nuestras heroínas en la que los guionistas caen con frecuencia. Recuerdo con especial rencor ese episodio en el que Carrie tiene un imprevisto financiero y está a punto de acabar en la calle. Hasta aquí, podríamos decir, todo normal. A fin de cuentas, ¿quién está completamente a salvo de un tropezón o una racha de mala suerte? Excepto, quizás, porque Carrie ni siquiera sabe cuánto dinero se ha gastado en zapatos. No me lo estoy inventando.

De verdad, ¿vais a hacernos creer que una mujer adulta no sabe sumar? Una mujer de Manhattan, en 1998. No tengo más que alegar, señoría.

Lecciones que desaprender de Sexo en Nueva York

Podría continuar largo rato hablando de los coletazos de Transfobia en aquel capítulo en el que Samantha se muda al mercado de la carne, los estereotipos sobre la comunidad gay, el clasismo descarado de los personajes etc. Pero prefiero parar aquí, antes de que este artículo transcienda esa categoría para ir a transformarse en un manifiesto.

A pesar de todo, esa no es la intención con que lo he escrito.

Para bien o para mal, Sexo en Nueva York forma parte de mi vida, como de la muchas otras personas que participaron de ese breve periodo dorado de la televisión que fue el fin de los años 90.

Quizás estemos ante un icono de la cultura pop al que se ha sobrevalorado durante demasiado tiempo; quizás por el contrario sea una modesta pieza de arte sobre la naturaleza humana en el siglo XX. Lo más seguro es que la respuesta esté a medio camino entre ambas.

Puede que tengamos que esperar otros veinte años para poder juzgarlo.


 

December 3, 2018December 3, 2018

Allegra Caro2 Comments

Cómo encontrar tu estilo personal (sin morir en el intento)

How to achieve your signature style

How to get your personal style

Audrey Hepburn, Frida Kahlo, Dita von Teese.

Probablemente estés pensando qué tienen en común estas tres mujeres tan dispares entre sí. Si nos preguntan, la mayoría estaríamos de acuerdo en que todas ellas han destacado en su campo profesional de manera brillante, y en que todas ellas se han convertido también en iconos de la moda.

Sin embargo, resulta paradójico que ninguna se preocupase por seguir la estética predominante de su época, ni adaptarse a sus corrientes stricto sensu.

¿Por qué se las considera iconos entonces?

Al proclamar que estas mujeres son iconos de la moda, lo que en realidad queremos decir es que son iconos del estilo. Pero ¿cuál es la diferencia?

La moda, podríamos argüir, es el arte del vestido y una de sus principales características es que su naturaleza es cambiante. Seguir los dictados de la moda significa renovarse en cada estación. El estilo, por el contrario, es de naturaleza perenne.

How to get your personal style

Una persona con estilo evoca la imagen de un uniforme: no me refiero a una bata blanca, claro, pero hay algo inequívocamente identificable en el aspecto de alguien estiloso.

Si hablamos de Audrey Hepburn, nos vienen a la mente un flequillo, vestidos de vuelo, bailarinas y pantalones Capri; al pensar en Frida imaginamos colores brillantes, flores exóticas, cuentas de madera y elaborados chales bordados; si sacamos a colación a Dita von Teese, pensamos en una singular combinación de vintage, stilettos, y labios rojo sangre. Cada una de ellas, por tanto tiene su uniforme.

La ventaja del estilo frente a la moda es que no exige una continua transformación. En lugar de ello, se trata de celebrar las cosas que te hacen ser quién eres.

¿Pero cómo puedes encontrar tu estilo personal?

Si eres como yo, probablemente te has encontrado en algún punto con un armario lleno de ropa y absolutamente nada que ponerte. Esto ocurre cuando renuevas tu vestuario regularmente pero no eres selectiva. Alguna gente nace con un instinto natural. A las que no somos tan afortunadas nos toca trabajar en ello, pero hay algunos pasos que pueden hacernos la vida más fácil.

1. Organiza el armario

Empieza por sacar TODO lo que hay dentro porque vas a necesitar probártelo. Sí, ya lo sé. Dependiendo de cuánta ropa hayas acumulado puede parecer una tarea hercúlea, pero la manera más rápida de saber qué cosas te gustan y te favorecen requiere el esfuerzo. Al hacerlo, te darás cuenta de qué prendas llevan colgadas una eternidad sin que les des ningún uso. Puede resultar un poco desalentador, pero por mucho que gastases en ese vestido o esos zapatos, si no te los has puesto una sola vez, es mejor decirles adiós y hacer sitio para ropa que sí vayas a usar.

Tómate tu tiempo en analizar qué prendas te gustan, cuáles odias y, sobre todo, cuáles te hacen sentir “tú”. Al terminar este proceso estarás un paso más cerca de entender mejor qué prendas básicas echas en falta y qué errores no deberías volver a cometer.

2. Pinterest es tu nuevo mejor amigo

Personalmente, considero Pinterest una fuente inagotable de inspiración, ya que puedes guardar lo que otra gente ha posteado, pero también material de referencia que hayas encontrado online gracias al botón que puedes instalar en tu propio navegador.

Crea un tablero para ideas de estilo y guarda en él todo lo que te guste o llame tu atención (por si tienes curiosidad, puedes seguirme aquí). Cuando hayas acumulado las suficientes imágenes, te recomiendo sentarte con una taza de té y comenzar a analizar tus pines. Al cabo de un rato probablemente te des cuenta de que hay un patrón: quizás haya guardado una gran cantidad de looks formales, o casuales, o prendas de un mismo tipo. Yo por ejemplo caí hace un tiempo en que guardaba gran cantidad de vestidos lenceros, faldas de tul y looks que se podrían definir como “sofisticados”. Cuando hayas encontrado el patrón, es posible que estés lista para pasar al siguiente punto de la lista…

3. Hora de comprar

Saca bolígrafo y papel (o el teléfono, o abre un documento en Google Drive) y haz una lista de las prendas básicas que echaste en falta al organizar el armario y de las que consideres clave tras analizar tu tablero de Pinterest. En este punto te recomiendo hacer un poco de trabajo de campo. Investiga diferentes tiendas online, compara precios y calidades. También deberías establecer un listado de las tiendas que se adaptan mejor a tu nuevo estilo: si eres minimalista quizás deberías echas un vistazo en Zara, si te gusta el retro, googlea Top Vintage, si buscas saldos de marca puede que te interese Zalando… y así sucesivamente.

4. Apps especializadas

Ahora que has invertido tiempo, dinero y esfuerzo en reformar tu fondo de armario, probablemente no quieres ni oír hablar de caer en los viejos malos hábitos. Para prevenirlo, una solución es instalarte algunas de las aplicaciones especializadas en gestión de vestuario. Mi favorita es Your Closet, pero hay gran variedad de aplicaciones similares que te permiten escanear el contenido de tu armario y después elaborar conjuntos con estas prendas. No sólo te ayuda a organizarte mejor, si no que te permite visualizar la totalidad de su armario sin tener que abrirlo siquiera.

5. La cohesión lo es todo

Puede que de vez en cuando te encapriches de alguna pieza que se sale del estilo que has establecido. No pasa nada. No se trata de establecer normas rígidas, y si realmente crees que puedes integrar esa prenda en tu vestuario no hay ningún inconveniente. Sin embargo, el consejo más importante que debes recordar es la cohesión. Cuando desarrollas un estilo personal, las diferentes prendas se combinan casi por sí mismas, lo que se hace tu vida mucho más fácil y te ahorra tiempo y dolores de cabeza.

tuestilo


Si has continuado leyendo hasta aquí, quiero darte solamente otro consejo: desarrollar un estilo personal, debería ser siempre divertido y algo completamente ajeno a cuestiones tales como la presión. Experimenta y no tengas miedo de equivocarte porque es parte de la totalidad del proceso.

November 26, 2018January 13, 2019

Allegra Caro7 Comments
Guía vintage Budapest

Guía Vintage de Budapest

 

Si alguien me preguntase sobre el tema, probablemente le diría que Budapest es un poco como la típica chica de las películas de los 90: al principio nadie le hace caso, pero luego resulta ser la más interesante del instituto y termina por ligarse al capitán del equipo de fútbol.

La apodada “perla del Danubio” es la meca estival de miles de turistas cada año: europeos, japoneses y australianos peregrinan ordenadamente para maravillarse pero, por alguna razón poco clara, sus encantos siguen siendo desconocidos para la mayoría de españoles.

Hace poco, una amiga y yo atendíamos a nuestra cita semanal online –costumbre que seguimos desde que ella se mudó a Berlín y que con frecuencia aprovechamos para comparar nuestras impresiones como expatriadas delante de un cappuccino–, cuando salió el tema de las últimas vacaciones. Una de nuestras aficiones en común es la moda (y más específicamente la pasión por el vintage), por eso me sorprendió bastante cuando, tras anunciar que mis próximos planes incluían pasar cuatro días buscando tesoros en las tiendas húngaras, ella frunció un poco el ceño: “¿Pero no estuviste ya el año pasado?”, preguntó extrañada. De hecho, no sólo estuve el año pasado, sino también el otoño anterior y una vez más antes de eso; y todas y cada una de ellas he tenido que poner cuidado en no exceder el límite de la tarjeta y terminar el mes sustentándome de conservas y sopa en lata (sólo por si acaso, será mejor que nadie asome la nariz a mi alacena este mes…)

El caso es que, tras explicarle superficialmente una retahíla de razones por las que como amante de los años 40 y su memorabilia no podía dejar de visitar la ciudad, pensé que era una lástima no compartir algunos secretos sobre los sitios que nadie debería perderse, así que al volver a casa me puse manos a la obra. Si tú también eres un adicto a la segunda mano, éstas son las tiendas que no puedes dejar de visitar.

Las cinco mejores tiendas vintage de Budapest:

1. Ludovika Vintage

Esta tienda de dos pisos en el número 15 de Rumbach Sebestyén define su atmósfera como un híbrido entre Las vírgenes suicidas y Annie Hall. Lo que es indiscutible es que su oferta de ropa rescatada de los años 70 es muy difícil de superar. El local, limpio y ordenado, expone una variedad poco habitual de bolsos, zapatos y kimonos importados de Japón. Incluso si – como yo– no eres un gran fan de la década, el mimo que han dedicado a la selección del material no deja de impresionar. Ludovika está situada además en el sofisticado barrio judío, donde puedes tomarte tu tiempo en algunos de los mejores cafés y restaurantes en la ciudad.

2. Retrock

Para los acquicenses más trendy ésta es la favorita indiscutible. La boutique, situada en el populoso Anker köz, exhibe una muestra curiosa de ropa deportiva de los 90, vestidos de fiesta (no olvides pararte a echar un vistazo si eres fan de Alicia Silverstone y sus secuaces en Fuera de Onda) y accesorios de fantasía. Retrock cuenta también con el atractivo de ser probablemente la tienda más espaciosa del sector.

3. Szputnyik

¿Lo tuyo es mezclar lo viejo y lo nuevo? En Szputnyik encontrarás una miscelánea interesante de blusas de los 80 y los 90, accesorios y faldas de tul. Además, con algo de suerte, puede que también encuentres piezas de diseño en una de las dos tiendas que hay en la ciudad. Tras rebuscar durante unos 20 minutos en un baúl como el disciplinado perro sabueso que soy, me llevé a casa una estola prácticamente nueva de John Lewis y un colgante de Anna Sui por algo menos de 12 euros, así que recomiendo visitarla sin prisa y hacer una pausa para café si es necesario. A lo mejor sales de allí con un botín que no te esperas.

4. Alterego

La línea que divide las prendas thrifted o de segunda mano y el vintage es muy fina, y en Alterego las combinan a la perfección. Esta discreta boutique escondida en unas galerías de la céntrica calle Erzsébet tiene el mérito de contar casi exclusivamente con ropa y accesorios de marca: Vans, Prada, Converse, Tokyo Jane… La lista nunca se acaba. No recomendaría esta visita si estás buscando antigüedades o alta costura, pero si lo tuyo es el estilo urbanita no dejes de reservarle un hueco durante tu viaje.

5. Szimpla Design Shop

He dejado para el final la que es, probablemente, la mayor sorpresa de todas. Szimpla se encuentra en un bajo de la famosa calle Kazinczy y el local que ocupa es conocido por haber albergado un célebre pub underground; desde fuera, no ofrece un aspecto evocador: se trata de un local pequeño, en una esquina algo apretujada y polvorienta. Al descender por las estrechas escaleras, uno esperaría encontrarse con un sótano mohoso, sin mucho que ofrecer… y no podría estar más equivocado. Encontrarse de pronto en medio del maravilloso caos ordenado que reina allí es como transportarse directamente a un desván secreto repleto de tesoros variopintos: más de 50 diseñadores, antigüedades y ropa de segunda mano comparten espacio. Si como yo, tú también perteneces a esa especie de rara avis formada por los rastreadores de curiosidades, no puedes dejar de visitarla.

Hay, desde luego, muchos más establecimientos especializados que pueden resultar interesantes –por no hablar de los mercados de pulgas, que merecen su propio capítulo–, pero si necesitas priorizar tu tiempo o simplemente visitas la ciudad de escapada un par de días, el material más interesante lo encontrarás en alguna de estas tiendas con toda seguridad.

Recuerda, eso sí, no exceder el límite de tu tarjeta: no me responsabilizo de que termines el mes sustentándote de sopa en lata…

November 19, 2018February 21, 2019

Allegra Caro5 Comments

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A thirty-something Spanish expat with a love for Haute couture, books and period dramas. Way too many little black dresses in my closet. You can read more about me here.

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