Sexo en Nueva York: lecciones que desaprender en su 20 aniversario

¿Sabes esa sensación de vértigo en el estómago, seguida de palpitaciones y sudor frío que experimentas cuando algo desagradable te coge por sorpresa? Pues leyendo el otro día este artículo de Vogue, tuve uno de esos ataques repentinamente: al parecer (¡horror de horrores!) han pasado ya veinte años desde el estreno de Sexo en Nueva York.

Tras recuperarme del susto inicial —cosa que me llevó algo más de media hora y una dosis de helado que jamás admitiré públicamente— tuve que aceptar lo inevitable; puede que en 1998 aún llevase coletas, pero la mujer del espejo tiene ahora alguna línea de expresión y, como prometía Gardel, veinte años no son nada.

La verdad es que echando la vista atrás (y tras un número algo embarazoso de re-visionados) se impone el admitir que Sexo en Nueva York ha envejecido un poco peor que yo, y desastrosamente en comparación con la propia Sarah Jessica Parker. Y si bien sigue siendo una historia hilarante en la que deleitarse una tarde de pereza cualquiera, algunas de las lecciones vitales que a finales de los años 90 resultaban modernas e incluso reveladoras, se han quedado algo anticuadas y desprenden incluso un sutil aroma rancio, como a vestidor mal aireado. Quizás el tiempo transcurrido tenga algo que ver, o quizás sea sólo el propio acto de madurar y ver las cosas desde una perspectiva algo más cínica. Sea como fuere, las aventuras de Carrie Bradshaw y las otras sospechosas habituales se me antojan ahora un poco menos espontáneas, menos libres de prejuicios y clichés de lo que yo las recordaba.

A diferencia de la fantástica Julia Felsenthal en su artículo de Vogue, yo nunca quise parecerme a la amiga Carrie. No porque no la considerase glamurosa o absurdamente sofisticada, sino porque sus niveles de auto-sabotaje emocional me inspiraban el más paralizante de los terrores. Tuve tiempo, desde luego, de cometer mis propios deslices y sucumbir a una o dos liaisons que me pasaron factura en su debido momento, pero salí de ellas razonablemente indemne y decidida a evitar a toda costa a los Mr. Big que pueblan el mundo. Y esto me lleva a la primera de todas las lecciones que en mi opinión deberíamos desaprender de S.N.Y.

El amor todo lo conquista

Esta idea tan bonita, tan edulcorada, recubierta de purpurina y horas del perfecto metraje de Hollywood, tiene su encarnación más despiadada en la malsana relación entre Carrie y su sofisticado ejecutivo. Salen, rompen, engañan a la inocente esposa (a la que deshumanizan basándose en la cruel noción de que, después de todo, sólo es una modelo) para volver a cortar y terminar juntos en un ridículo final parisense. Como si esta historia de dolor y humillación no fuese suficientemente perturbadora, asistimos al repetido proceso de auto-vejación que la buena de Charlotte York se inflige en la búsqueda del perfecto príncipe republicano. Al menos para Charlotte la historia termina bien: el abogado con el que se casa carece de modales o esa cuenta bancaria soñada, pero la trata como a un ser humano. A fin de cuentas, es más de lo que la frecuentemente envidiada Carrie consigue.

Desde luego que las demás secuaces de esta glamurosa pandilla no se quedan atrás, pero por lo menos parecen algo más dueñas de sí mismas. Se podría decir que las repetidas aventuras sexuales en las que se ven envueltas las convierten en mujeres liberadas de prejuicios, hasta que una se da cuenta de que no lo están tanto…

Esa cosita llamada Bifobia

Sorprende que habiendo sido concebida por Darren Star, frecuente portavoz ficcional de la comunidad gay, encontremos sesgos claramente bifóbicos en esta serie. Aquel episodio en el que Alanis Morrissette besaba a Carrie podría haber sido uno de los más memorables, pero se quedó en una declaración de prejuicios en toda regla. ¿Hay algo más apolillado que definir con frívolo desdén una orientación sexual como una fase pasajera? La falta de diversidad resulta, como mínimo, sospechosa; y no hablo sólo del sexo.

La inexistente cuestión del multiculturalismo

Y a esto quería llegar: hablando de prejuicios incomprensibles, ¿soy la única persona a la que le parece raro que en una serie ambientada en Nueva York (cuna indiscutible del multiculturalismo) todos los personajes protagonistas sean blancos? En concreto y muy a pesar de mi agrado hacia nuestro girl squad, no puedo dejar de preguntarme por qué todos sus miembros son mujeres caucásicas. ¿Es que las mujeres asiáticas o hispanas de Manhattan no merecen ser representadas? ¿O hay algo intrínsecamente clasista en no retratar a una mujer racializada comprando en Manolo Blahnik?

Me gustaría poder decir que en 2018 las cosas son muy distintas, pero basta con echar un vistazo a otras series del estilo (evoquemos Girls, por ejemplo) para percatarnos de que ciertos prejuicios son tan difíciles de eliminar como una mancha de Merlotte de tu vestido favorito.

El síndrome de Peter Pan

No menos pegajosa es la frecuente infantilización de nuestras heroínas en la que los guionistas caen con frecuencia. Recuerdo con especial rencor ese episodio en el que Carrie tiene un imprevisto financiero y está a punto de acabar en la calle. Hasta aquí, podríamos decir, todo normal. A fin de cuentas, ¿quién está completamente a salvo de un tropezón o una racha de mala suerte? Excepto, quizás, porque Carrie ni siquiera sabe cuánto dinero se ha gastado en zapatos. No me lo estoy inventando.

De verdad, ¿vais a hacernos creer que una mujer adulta no sabe sumar? Una mujer de Manhattan, en 1998. No tengo más que alegar, señoría.

Lecciones que desaprender de Sexo en Nueva York

Podría continuar largo rato hablando de los coletazos de Transfobia en aquel capítulo en el que Samantha se muda al mercado de la carne, los estereotipos sobre la comunidad gay, el clasismo descarado de los personajes etc. Pero prefiero parar aquí, antes de que este artículo transcienda esa categoría para ir a transformarse en un manifiesto.

A pesar de todo, esa no es la intención con que lo he escrito.

Para bien o para mal, Sexo en Nueva York forma parte de mi vida, como de la muchas otras personas que participaron de ese breve periodo dorado de la televisión que fue el fin de los años 90.

Quizás estemos ante un icono de la cultura pop al que se ha sobrevalorado durante demasiado tiempo; quizás por el contrario sea una modesta pieza de arte sobre la naturaleza humana en el siglo XX. Lo más seguro es que la respuesta esté a medio camino entre ambas.

Puede que tengamos que esperar otros veinte años para poder juzgarlo.


 

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2 thoughts on “Sexo en Nueva York: lecciones que desaprender en su 20 aniversario

  1. SNY es de esas series que siempre ví por los estilismos y por el chiste fácil.
    El personaje de Carrie es insufrible,y sinceramente,es un perfecto ejemplo de como ser la peor amiga del mundo.
    Los otros personajes aún tienen cierto transfondo que hace que sean más fáciles de digerir,aunque siempre me encontraré, al ver esta serie, levantando una ceja…

    1. Estamos de acuerdo en que Carrie no sólo no debería ser la protagonista, es que ni siquiera debería pasar de un secundario de estos que salen de vez en cuando: la amiga de la amiga, la compañera de piso, la compañera de trabajo. En mi opinión no es un personaje con matices, ni profundidad psicológica. De facto, es tan plano que no evoluciona absolutamente nada desde la primera a la última temporada.

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